Nos genera mucha ilusión poder compartir la vida de Pablo y lo que ha sido su transitar desde el momento en el que fue concebido. Yo, Carmen Méndez (o Carmencita como me llaman mis amigos), su madre, tenía 35 años y dos años de casada cuando recibimos la noticia del embarazo, que sería sano y fluirá sin ningún tipo de inconveniente, exceptuando el malestar de vómitos y migrañas durante los primeros meses.
Ese malestar, tratábamos de superarlo complaciendo algunos antojos, pero en realidad sólo se aliviaba con una cosa, y mi esposo Luis lo sabía; por eso, cuando me agobiaban los síntomas, nos embarcábamos en “pequeños viajes”, tomábamos en el auto y atravesamos la ciudad rumbo al puente sobre el Lago de Maracaibo. Nada más cruzarlo y recibir su brisa, el pequeño bebé que era Pablo se calmaba y todos los malestares desaparecían. Ahora, mirando hacia atrás es posible pensar que quizá ese pequeño gesto fue la primera muestra de la vida con propósito de Pablo, y de su profundo amor por el agua. Desde que estaba en mi vientre sabía que viviría para construir y cruzar puentes entre lo que la sociedad insistía, y aún insiste, en aislar y etiquetar.
Con la ayuda de la filosofía de la pareja embarazada, las técnicas de estimulación en vientre, y parto psicoprofiláctico, Luis y yo nos preparamos felices durante esos meses para su llegada, con tanta normalidad, que Pablo desde el vientre, me permitió continuar mis actividades regulares de trabajo y estudio hasta el mismo día del parto. Para ese momento, yo realizaba un Posgrado en Orientación Educativa y debía finalizar un trabajo de Orientación Vocacional cuya fecha límite de entrega se cumplía un mes antes de la fecha programada del parto. Tomando previsiones para evitar estrés post parto y tener el tiempo libre para dedicárselo al bebé quise terminar dicha investigación antes de su nacimiento así que trabajé de manera intensiva los últimos días.
Más lo inesperado alteró lo planeado, un leve malestar seguido de la ruptura del saco amniótico despertó alarmas y nos llevó a la consulta ingente con mi médico el Dr. Francisco González Govea, él nos informó que la ruptura de la fuente obligaba a anticipar el parto e incluía revisar el estado del neonato, someterlo a una terapia hormonal para acelerar el proceso de maduración de sus pulmones y un reposo absoluto por 4 días. A la rutina me sometí y aproveche el espacio de tiempo para tomar la máquina de escribir y dedicarme con mucho cuidado a la obligación académica pendiente, la cual di por concluido a las 8am del mismo día fijado para ser hospitalizada. Cumpliendo con esto nos alistamos para recibir a nuestro primer hijo, era el 26 de julio de 1985
El parto fue largo, abrumador y agotador. Mi esposo, quien estuvo en la sala conmigo en todo momento, me recordaba las lecciones y las técnicas de respiración aprendidas en los cursos, pero después de unas largas catorce horas de trabajo de parto, ya yo no podía ni tenía las fuerzas para poner ninguna lección en práctica. El agotamiento por la extensa labor me invadió, los dolores eran interminables y luego de un último intento pujé de manera continuada y entonces, nació nuestro hijo. Al escuchar su llanto, los dolores, el cansancio, el hambre y el agotamiento desaparecieron. Dar a luz, a pesar del dolor, me hizo vivir un momento mágico: sentí ver nacer el milagro de una vida, y esa vida era la de mi niño. Tanto Luis como yo, durante el embarazo, recordamos que habíamos considerado varios nombres para nuestro bebé, incluyendo Pablo, pero no habíamos tomado una decisión definitiva con respecto al asunto. Instantes después de escucharlo llorar, el doctor lo colocó sobre mi vientre y una enfermera se dirigió a mí y diciéndome “Dile cómo lo llamarás”. Miré a Luis y respondí “Pablo Jesús”.
Al tenerlo cerca lo miré, ese instante que estuvo sobre mi vientre fue suficiente para sentirlo y sentirme feliz. Con la sensación de plenitud y el agotamiento por tan largo trabajo de parto sin ningún esfuerzo me quedé profundamente dormida al trasladarme a la habitación.