Dedicamos alma, vida y corazón al proceso de crecimiento de Pablo, al sentirnos fortalecidos por sus avances y habiendo superado los problemas de salud presentados en su nacimiento, tomamos la decisión de agrandar nuestra pequeña familia, esto nos llevó a la consulta médica, estábamos conscientes de los riesgos que implicaba tener un nuevo bebé para una pareja en los límites de la capacidad de procrear. La experiencia de estar en contacto directo con la fenomenología de las capacidades diferentes, viviéndola día a día en nuestro hogar y en los diferentes centros de estimulación temprana y centros de terapia, sabíamos que, sin importar las circunstancias, sea la edad de los padres, la clase social, el nivel educativo o la prevalencia de un problema genético, existen riesgos y cualquier cuidado previo, durante y después del embarazo es absolutamente necesario.
Decididos recurrimos al obstetra y con toda la fe del mundo nos pusimos en sus manos, manejando la filosofía de la pareja embarazada y atendimos todas las indicaciones y recomendaciones, una de ellas fue que una vez embarazada, a las seis semanas de gestación debía someter el embrión a la prueba de la amniocentesis.
A los dos meses exactos salí embarazada y en el tiempo previsto me sometí a la amniocentesis, a los 40 días recibimos los resultados, íbamos a tener un nuevo varón.
Felices de que este niño viniera a llenar nuestro hogar de nuevas alegrías, nuevos comienzos, nuevos retos y sabiendo con certeza que el embarazo estaba bien encaminado, un tiempo después, con el permiso del médico hicimos un corto viaje por carretera a Judibana, estado Falcón, a la casa natal de Luis padre, el trayecto duraba un poco más de tres horas, eran viajes frecuentes que hacíamos en visita familiar para asegurarnos de compartir con la abuela paterna, tías y primos de Pablo, además el sol y la arena era un medio alternativo para fortalecer su tono muscular.
Quizá por las condiciones de la carretera con muchos baches, sumado al esfuerzo de cargar a Pablo , mientras estábamos en la playa se presentó un conato de aborto, fui hospitalizada y los médicos determinaron que tenía placenta previa: ese órgano efimero, que debía estar a un costado del útero, se había desplazado hacia la parte baja del mismo, causando sangrado y obstruyendo mi cuello uterino que haría imposible tener un parto normal, el diagnóstico del obstetra fue que sería un “embarazo de alto riesgo”. Mi regreso a Maracaibo fue por vía aérea, con la recomendación médica de un reposo absoluto durante el resto de la gestación, serian 7 meses de reposo, este tiempo los asumí con la convicción de que mi bebé nacería sano y a término.
Durante esos meses nuestro hogar se convirtió en una burbuja, Pablo, libros, música, todo inspiraba paz y el deseo infinito de cuidar mi embarazo. Con mis mejores energías optimismo y felicidad estimulaba al bebé en mi vientre para transmitirle el amor que me inspiraba su presencia, además preparábamos a Pablo en el anhelo de la llegada de su hermano y él siguiendo mi modelo, a través de sus manitas, le transmitía su amor, mientras yo me regocijaba con este niño lleno de luz que me acompañaba día a día. En este proceso nuestro hogar siguió funcionando, contábamos con la ayuda de la una señora que hacía trabajos y dirigía el hogar y Luis que aún cuando cumplía con su trabajo, ajustaba su horario de tal manera que podía acompañar a Pablo a sus terapias, igual que el trabajo en piscina, es decir que aún en mis condiciones limitadas nuestra vida de familia siguió su curso.
La presencia por cortos periodos de mis tías residentes en la Grita, Estado Táchira, mi suegra y amigas durante esos meses aportaron compañía, estímulo, fortaleza y ayuda, además en los preparativos de la llegada del bebé, el baby shower, mis comadres con mi suegra cumplieron un rol dinamizador, se encargaron de que todo estuviera listo para el momento de su nacimiento. Mi suegra era una persona especial, fue una madre para mi y una abuela insustituible para sus nietos, ame su presencia en nuestra vida.
En esos meses nos mantuvimos agradecidos con Dios, por ser bendecidos por mi niño que llegaba felizmente a término. Sin embargo, por las indicaciones médicas la cesárea tenía que ser adelantada para anticipar el trabajo de parto, así el 29 de Enero de 1988 nuestra vida cambió por segunda vez y su nacimiento fue un milagro, vino a enseñarnos como la mano de la divinidad intervino en nuestras vidas, hasta hacer realidad su presencia.
Les cuento que, como siempre la vida es impredecible y llena sorpresas, la cesárea había sido planificada con suficiente antelación, fijada para la 12 AM, en el momento en que me ingresan en el pabellón, se presentó una emergencia, una parturienta con un nonato de 5 días, dado que sólo había un anestesiólogo disponible para el momento, el equipo médico decidió pasarme a la sala de preoperatorio y atender dicha emergencia, fue en esa sala donde ocurrió justo lo que mi médico quería evitar: rompí fuente y comencé trabajo de parto, por mi condición era una contingencia totalmente contraindicada, lo que se había querido evitar desde un principio, estaba sucediendo. Poniendo en riesgo la vida del bebé y la mía. El equipo médico actuó de manera diligente y lograron controlar las hemorragias y sacar al bebé sin que saliera afectado, sin embargo yo seguí en observación por las siguientes horas.
En estas circunstancias, al trasladarme a la habitación, hubo un sólo momento que lo cambió todo, que le dio sentido a todo lo vivido y fue ver la cara de Luis padre, de nuestros amigos y familia, que esperaban en la habitación iluminada por la alegría, en sus gestos percibí la plenitud de saber que todo estaba bien con nuestro niño, un sentimiento de placidez me invadió, uno que sólo se experimenta en los momentos cumbres de nuestra existencia
Al día siguiente, presencié el milagro de su vida, cuando lo sostuve por primera vez recuerdo admirar su perfección una y otra vez, un momento íntimo entre los dos, al sentir su cuerpecito tibio, su mirada serena desde esos ojos negros contrastantes con la palidez de su piel, sentirlo en presencia fue mágico.
Todas esas sensaciones aún las recuerdo nítidamente. A los dos días estábamos listos para regresar a casa en compañía de Luis, mi cuñada Denis, mi suegra Aura. Pablito y sus tías nos esperaban y celebramos su nacimiento, le dimos la bienvenida a su hogar a nuestra vida, como un regalo irremplazable para nosotros. Pablito asumió la llegada de su hermano con la ternura y sabiduría natural de su alma limpia, sus ojos se llenaron de lágrimas y a nosotros con él, una fiel representación de la felicidad inexplicable que significó para todos que nuestro niño Luis Ignacio nos escogiera como su familia y el milagro que fue su nacimiento.