CAPITULO 06. Afianzando vínculos. Masaje hindú Shantala.

La segunda experiencia maravillosa que nos dio luz fue un regalo que recibimos y que nos permitió una experiencia de conexión invaluable. En 1985 con el nacimiento de Pablo, una gran amiga, la antropólogo María Teresa Besara, nos obsequió el libro sobre los masajes Shantala, de nombre Amar Manos. El Arte de la India tradicional del masaje del bebé por Frederick Leboyer, publicado inicialmente en 1976.

Leboyer, un médico francés que se encontraba caminando por las calles de Calcuta, vio a una madre hindú con su pequeño bebé sobre las piernas ejerciendo sobre su cuerpecito unos movimientos acompasados y cálidos, mientras masajeaba suavemente la piel de su niño, la madre se entregaba a una especie de ritual milenario cuya belleza impactó de golpe al médico. Aquella mujer se llamaba Shantala, y con generosidad le permitió a Leboyer conocer a fondo los masajes para luego transmitirlos. Así llegó esta técnica al mundo occidental.

Ahí estaba Shantala, en Pilkana, el poblado más pobre y sórdido de esta ciudad.

La vi una mañana soleada, en las calles, masajeando a su bebé.

Me paré de un tirón, impresionado por lo que veía:

en el medio de la suciedad y la miseria, un espectáculo de belleza pura.

Un diálogo silencioso de amor entre una madre y un bebé.

El entorno horroroso de pronto se desvaneció.

Nada existía más que la luz de ese amor.

¡Qué lección!

Me quedé silencioso y confuso, me sentí como un intruso,

Observando accidentalmente ese intercambio de amor.”

Frederick Leboyer

Según el libro los masajes se realizan cuidando la posición de la madre y el momento más adecuado para hacerlos,  tomando algunas recomendaciones con respecto al ambiente, la música, y se dividen en una serie de masajes: en el pecho, en los brazos y manos, en el abdomen, en las piernas y pies, en la espalda y finalmente en la cara. Todos hechos en modo de comunicar con el bebé través del contacto, piel con piel y de la mirada.

Muchos son los beneficios de los masajes en la salud del bebé a nivel de su sistema nervioso, respiratorio, digestivo, muscular y psicomotor. Pero no es allí donde reside su bello poder. Para nosotros, masajear a diario el cuerpo de Pablo con un aceite natural tibio, de una manera suave, con un vaivén continuo movimientos, constituía un momento especial dedicado a transmitir a través de nuestras manos ternura, felicidad, respeto por su vida, paz, armonía y apoyo.

Para nosotros era una conversación usando solo las manos; una forma natural de transmitir nuestro amor, de expresarle cuánto nos importaba su vida. Y Pablo nos respondía: disfrutaba y seguía con una amplia sonrisa todos nuestros movimientos.

Esos momentos sin reloj eran sagrados para nosotros. Al inicio, el masaje podía durar poco tiempo, pero después fueron extendiéndose a medida que afianzábamos nuestro vínculos de apego y construiamos un espacio de paz y tranquilidad. Los beneficios en él eran tangibles y se evidenciaban en un sueño pacífico y reparador. Aprovechábamos la ocasión además para hidratar su piel, y los masajes nos servían de manera especial para fortalecer su sistema muscular y psicomotor, área esta, con mucha desventaja en los niños Down debido a su hipotonía, es decir, a su bajo tono muscular. Incluso nos adentramos con Pablo en el mundo de los ejercicios de yoga y la hidroterapia, puesto que los masajes Shantala finalizaban con un baño donde de manera natural Pablo jugaba con el agua y disfrutaba momentos de relajación total.

Con estas herramientas, los masajes y la guía de profesionales, poco a poco adquiríamos mayor confianza y destreza en su cuidado, los nexos de amor se afianzaban y nos sentíamos cada vez más comprometidos y felices al observar la carita angelical, plena de armonía y placer de nuestro niño tan querido. Recuerdo vivamente que en esta época visitamos la casa materna de Luis en Paraguana, estado Falcon,  Luis cuenta que con Pablo dormido sobre su pecho, se encontró tarareándole una canción “Si Dios Me Quita La Vida” del género regional mexicano, interpretada y popularizada por el artista Javier Solís en la segunda mitad de los años sesenta, cuya letra dice:

‘Si Dios me quita la vida

antes que a ti,

le voy a pedir ser el ángel

que cuide tus pasos.

Pues si otros brazos te dan

aquel calor que te di,

sería tan grande mi celo

que en el mismo cielo,

me vuelvo a morir”.

Si Dios Me Quita La Vida, Javier Solis
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Ese día lloró sin control y entendí que fue su manera de descargar todos los sentimientos reprimidos, porque fue él quien me brindó el apoyo y la certeza que saldríamos adelante sin flaquear.  

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