La llegada de nuestro segundo niño, Luis Ignacio, nos enriqueció emocionalmente, lo recibimos con amor y nos envolvió con su mirada mágica y llena de vida, su presencia la vivimos más seguros y confiados, marcó un antes y un después, despertando nuevos sueños e ilusiones. En estos primeros meses renovamos la fe en Dios y nuestro espíritu se recargo de energías positivas, nos dedicamos a brindarle un hogar cálido donde encontraría su espacio, su lugar, que sintiera que estábamos allí para brindarle atención, apoyo, seguridad, reconocimiento y respeto a su vida.
Nuestros vínculos se fueron forjando en el contacto día a día, una de mis vivencias más hermosas, como madre, fue amamantarlo, acto que prolongue hasta sus 7 meses, conocedora de las ventajas nutritivas de la leche materna para el bebé, al mismo tiempo para mi era una nueva vivencia como madre, un ritual que se daba de manera natural, sin dolor y donde nos unimos en ese tejar de amor y flujo de energía que hace indestructible los vínculos entre madre e hijo.
Nuestros encuentros me llenaban de esperanza y sonreía por las bondades del universo al presenciar su crecimiento y el milagro de tenerlo entre nosotros. Nos acompañaron de nuevo los masajes Shantala de nombre “Amar Manos”, ese ritual milenario de la India redescubierto por el médico francés Frederick Leboyer por los beneficios que traía a la salud del bebé al estimular su sistema nervioso, respiratorio, digestivo, muscular y psicomotor. Pusimos en práctica las técnicas de Leboyer en nuestros encuentros, donde participaba su padre Luis, con el amor y la ternura que nos inspiraba su carita llena de felicidad, a través del contacto, masajeando su cuerpo, piel a piel, nos comunicamos en una dinámica más espontánea e intuitiva.
En estos meses le brindamos un tiempo de calidad en cada contacto o actividad que compartíamos, así fuera tan rutinaria como alimentarlo, bañarlo o acostarlo a dormir, distraerlo o tomar el sol de la mañana, estas ocasiones las convertiamos en pequeñas sesiones de disfrute y estímulos, tratando de despertar en él un mundo de percepciones y sensaciones importantes para su desarrollo.
Por su parte Pablo fue su mejor compañía, un guardián, desde estos primeros meses de vida. Velaba su sueño con celo, cuidaba que no se hiciera ningún ruido mientras dormía, se acostaba con él y lo acariciaba con suavidad, entendiendo su fragilidad y muy consciente de su rol como hermano mayor, intentaba ayudarnos a vestirlo y recibía las visitas que acudían a conocer a Luis Ignacio, siempre estaba cerca, fue una suerte de asistente y compartimos ese tiempo mágico de reajuste a nuestra nueva experiencia familiar.
Los avances en el desarrollo y crecimiento de Luisito lo seguimos según el control y las recomendaciones de su pediatra, además soportados por la teoría del desarrollo evolutivo de Jean Piaget, psicólogo y biólogo Suizo, conocido por sus aportes al estudio de la infancia y su teoría constructivista de la inteligencia. Su desarrollo se daba a pasos acelerados, a veces nos era difícil identificar en cuál estadio de desarrollo estaba, se sentó, gateo, dio los primeros pasos y camino, según lo previsto.
Pablo lo estimulaba tal como él había sido estimulado, con sonajeros, móviles, colores, con trenes, armando y desarmando legos, o construyendo figuras, les gustaba jugar y pasaban una buena parte del tiempo juntos inventando pequeñas travesuras, sus primeras curiosidades y exploraciones del mundo las vivió con Pablo, quién fue su primer maestro en estos encuentros. En la mañana se despertaba con un toque de mal humor que se diluían con un abrazo, lo dejábamos un rato hasta que su carita se iluminara, luego entendimos que era su biorritmo, sus horas de mayor energía eran en la noche, en las cuales le costaba quedarse dormido y solo quería jugar.
En esta nueva dinámica del hogar logramos hacer los ajustes que facilitaron continuar las terapias, colegio y demás actividades de Pablo, sin dejar de atender a Luis Ignacio en sus requerimientos de crecimiento, así que lograr el equilibrio fue un verdadero desafío, ambos trabajabamos y yo además tenía responsabilidades académicas en la Facultad de Humanidades y Medicina y me preparaba para el Concurso de Oposición para optar al cargo de Docente en la Cátedra de Orientación en la facultad de Ingeniería de la Universidad del Zulia, este compromiso me requería tiempo adicional, una vez lograda la meta de mi ingreso como docente a tiempo completo y pasado este periodo de estrés, vino la calma y con ella seguimos nuestra vida con una visión optimista y flexible cuidando de brindarle a Luis y a Pablo direccionalidad en todas las funciones.
Nuestro círculo familiar recibió a Luisito con alegría, para su abuelo Jesús Manuel, mi papá, era su nieto esperado. El primer viaje fue a la Grita, Estado Táchira, a sus 7 meses y como siempre recibió el cariño de su abuelo y de sus tías abuelas, de esa manera particular y bondadosa que caracteriza a las personas de las tierras andinas, con igual compromiso visitabamos a la familia paterna, abuela, tíos y primos en Judibana, Estado Falcón, la cercanía facilitaba la relación afectiva, así mismo nutrimos los lazos y vínculos con mi mama y mis hermanos maternos, sus tíos, mi cuñado, quienes desde pequeño le dieron la bienvenida y a pesar de vivir en Caracas, los visitabamos con cierta frecuencia, hasta el dia de hoy continúan siendo un referente y un soporte en nuestro mundo familiar con el amor que no sabe de distancias sino de encuentros.
Así fue la primera etapa de su niñez, entre los tres y cuatro años ya demostraba un pensamiento lógico y un lenguaje claro, marcaba su territorio, nos hacía preguntas inteligentes y le gustaban las respuestas directas y claras, indagaba y aprendía, eso nos mantenía alertas en seguir estimulando sus sentidos y acompañados de nuestro amor, en enriquecer su desarrollo emocional y cognitivo, a esa edad inició su primera experiencia educativa.
Recuerdo una anécdota que fue una de las primeras señales del carácter sereno, equilibrado y el pensamiento lógico de Luis Ignacio. Tenía cuatro años y su papá había diseñado un papagayo con la ayuda de ambos niños, con el compromiso de llevarlos a volarlo en el Paseo del Lago, un espacio público abierto en Maracaibo, mientras Luis padre y Pablo estaban entretenidos volando el papagallo, Luisito se distrajo, corrio detras de un tren que pasaba por la calle que atraviesa el parque, poco tiempo pasó y cuando su padre se dio cuenta que Luisito no estaba el susto lo invadió y empezó con Pablo a recorrer el lugar sin encontrarlo, preocupado y con el alma en un hilo – temiendo ya que el sitio está bordeado del famoso lago de Maracaibo y es transitado por tráfico vehicular, atletas, corredores de bicicleta – después de esa búsqueda desesperada, se dirigió al carro y fue allí donde encontró a Luis Ignacio, quien muy tranquilo le explicó cómo se entretuvo y que al no verlos regresó al carro, sabía que en algún momento ellos regresarían. Es una cualidad que aún hoy conserva, su ecuanimidad y equilibrio y madurez para manejar situaciones de su vida profesional y personal.
La experiencia en estos años nos ratificó una de las enseñanzas más valiosas que queremos transmitir y es que los encuentros profundos en una familia se dan cuando el hogar se convierte en la primera referencia de inclusividad, donde existe el compromiso con cada integrante de ella, en esto juega un papel importante el establecimiento de propósitos y patrones estables, cada hijo encuentra su lugar y se crea un modelo del mundo, donde aprende a mirarse y a crear su historia, sus raíces e identidad personal.
Estos primeros años vimos crecer a Luisito, sano y feliz en un ambiente armónico, preparándolo para seguir su crecimiento y las tareas propias de su ciclo evolutivo, llenando cada espacio de nuestra vida.