“Hay personas que tienen una memoria prodigiosa (cosa que puede resultar una carga o un o un premio), personas con la habilidad de recordar con precisión milimétrica momentos, situaciones, y asociarlos a un espacio temporal. Yo estoy segurísimo de no poseer esa capacidad, con la excepción de tener de equipaje algunos recuerdos dispersos casi randómicos que ahora, mientras escribo, trato de reconstruir y ordenar.
Con mi hermano y de nuestra infancia tengo como tesoro algunos momentos. Recuerdo los primeros días en la piscina del Colegio Bellas Artes, cuando entramos juntos al agua en las primeras clases con Jaime Viloria. Recuerdo que a mí, Jaime tenía que amarrar los pies mientras aprendía a nadar mariposa, pero Pablo no tenía necesidad de esa estrategia o castigo, él era mucho más coordinado en sus movimientos. Recuerdo nuestros días en el kárate y como Pablo me acompañó al hospital la tarde que, por accidente, una niña casi me arranca la oreja mientras jugaba con un tubo metálico. Recuerdo acompañarlo a sus terapias de lenguaje; recuerdo observar este ambiente en el cual niños con su misma condición jugaban arrastrándose por debajo de la silla que él ocupaba, Pablo se mantenía sentado con una calma estoica. Recuerdo cómo cambiaba su cara, su cuerpo, como se exaltaba cada vez que estábamos en un sitio con música y algunas chicas, él era un volcán de energía y se convertía en el centro del mundo, yo en cambio me escondía tímidamente. Recuerdo como me encubría, era mi cómplice, comiendo por mí los almuerzos que hacía Dionisia – la señora guajira que nos cuidó por muchísimos años-; eran almuerzos terribles para un niño, pero que yo tenía que comer obligado con la excusa que si no, no habría crecido, recuerdo como Pablo pasaba mi comida a su plato y él dulcemente me protegía de esa tiranía di verduras y legumbres, devorando por mí todo aquello que no me apetecía.
Otros recuerdos aparecen en mi cabeza gracias a algunas fotografías o historias de la familia. Recuerdo una foto juntos cuando yo tenía pocos años o meses, él a mi lado y de fondo la figura enorme de un Snoopy, dibujado en la pared de nuestra habitación por nuestro papá. Recuerdo los cumpleaños en el kínder Takupi, hay historias que cuentan que Pablo no asistía a clases porque yo, siendo muy llorón, tenía que tener a mi hermano cerca para calmarme. Recuerdo las fiestas a las que asistíamos allí, cubriéndonos las caras con máscaras de los personajes de Disney: yo tenía la del Pato Donald, él tenía la de Mickey Mouse. Recuerdo su franela anaranjada. Recuerdo cuando nuestra tía Divoney nos llevó a comer a Pizza Hut, para aquel momento era la pizzería americana de moda en Maracaibo, y recuerdo nuestra cara de impresión/emoción frente a esas pizzas monumentales cubiertas de mozzarella. Recuerdo tantas fotos en las cuales estamos uno al lado del otro, y se lee en su rostro una felicidad tan pura que te hace preguntarte si es terrestre, si de verdad existe tanta pureza, y si existe por que es tan difícil encontrarla. Recuerdo mi ira, cuando veía cómo la gente lo miraba con extrañeza, recuerdo gritar internamente, preguntando: ¿Qué miran?, ¿Qué quieren?, ¡¿Qué es lo que no entienden?!
Recuerdo mi miedo, el terror y la desolación en diversas ocasiones…como por ejemplo en aquella en la cual lo visitamos en el hospital; no sé cuántos años teníamos pero recuerdo entrar a un cuarto oscuro y ver a mi hermano cubierto de tubos y cables… ahora que lo pienso, puede que me haya inventado toda esa escena, pero el terror de verlo así, débil y no como el pilar de energía y fuerza que me ha acompañado desde que nací, retorna. Y lo ha hecho en diversas ocasiones, en el 2010 cuando sufrió un problema hormonal que lo acompañó por más de dos años. La frustración de no tener el cariño que te ofrecía con su tacto y sus abrazos, el silencio que viene con la ausencia de su risa sacudían las bases de esa figura que formó todo en lo que creo. Y debo confesar no haber sido suficientemente fuerte durante ese proceso, no haber podido aguantar esa terrible ausencia que no era física sino de alma.
En una nota más ligera, ahora recuerdo una vez en la que mientras yo merendaba en nuestra cocina, él se acercó jugando y desde la puerta me lanzó en la cara un poco de agua que quedaba en el vaso que sostenía. Mi reacción fue la misma: tomé el vaso del cual bebía, y que tenía mucha más agua y jugando se la lancé. Pablo muy hábilmente ya había salido corriendo, pero, no tan hábilmente había tropezado con una alfombra y terminó en el piso con un pequeño corte en la quijada. Recuerdo cómo me levanté corriendo de la mesa para ir a ayudarlo, y el súbito arrepentimiento por haber lastimado esa pureza.Hoy solo puedo decir que más allá de la precisión de los recuerdos está la aprehensión de su naturaleza; que después de 32 años, y a pesar de la distancia que nos separa actualmente, tengo muy presente su abrazo y las dos/tres palmadas que te da mientras te engloba en su pequeño mundo: una rutina que hoy repito como si fuera mía. Tengo presente su frase “tranquilo”, que al parecer repito constantemente. Quisiera tener más presente su buena fe, su energía positiva y su seguridad, que en momentos de dificultad pueden desaparecer. Pero creo que dentro de mí y de mi familia estará siempre la enseñanza más pura y simple que proviene, no de la fuerza de sus palabras, sino de su sutil y constante presencia, de la sabiduría del querer y del amar, sin medidas y sin condiciones”
Luis Pimentel. Hermano de Pablo
Que hermoso sobrino querido, he llorado al leer la profundidad de tu amor en tu historia, que ciertamente la viví con ustedes en algun momento. Fuistes muy gruñón pero hermoso cuando me acercaba a ti y te demostraba mi amor. Pablo ha sido la creatura más especial y genuina q existe igual tu cariño te amo tia Divo